sábado, 26 de julio de 2008

Viaje hacia el interior

Muchos solemos relacionar las vacaciones de verano con la realización de un viaje más o menos largo, más o menos esperado, más o menos exótico, más o menos soñado...

En ocasiones nos pasamos semanas planeando con ilusión el destino al que vamos a viajar; buscando información cultural o turística de la zona en Internet, libros o revistas; consultando posibilidades de vuelos, trenes, autobuses y ofertas de hoteles, casas rurales o apartamentos... Reconozco que soy una de esas personas que disfruta con los preparativos y los prolegómenos casi tanto como con el viaje mismo.

Después, cuando llega el momento de emprender el viaje, llegan también las compras de última hora, los nervios, el entusiasmo y la emoción que, a veces, se enfría un poco por la espera en aeropuertos o estaciones o la larga cola de vehículos en una carretera.

Por fin, llegamos a nuestro destino elegido y tratamos de programar minuciosamente las visitas, el recorrido o las actividades de cada día para aprovechar las horas al máximo. Esos cinco, siete o diez días de vacaciones se nos pasan volando y casi nunca conseguimos cumplir todos los objetivos previstos. Nos falta tiempo para visitar un castillo precioso que está a 50 km. de nuestro hotel, para recrearnos en la contemplación de las pinturas de un museo o para hacer una ruta de senderismo por la garganta de un río.

Pero lo fundamental del viaje es que disfrutemos de esa experiencia única (o incluso irrepetible) con la mente abierta; que nos llevemos esas sensaciones de contemplar un paisaje, una obra de arte, una ciudad, impregnadas en todos nuestros sentidos; que paladeemos ese tiempo minuto a minuto a pesar del cansancio, de las colas para visitar los monumentos, del calor, el frío o la lluvia; que conozcamos y apreciemos a las gentes del lugar; que despertemos nuestro espíritu aventurero y alimentemos nuestro espíritu creativo...
O, dicho más brevemente, con dos estrofas de un poema que escribí al finalizar un viaje que me dejó huella:

Salir de tu población,
abrir los ojos, la mente,
conocer otras culturas,
muchos pueblos diferentes,
un poco de arte y de historia,
y a maravillosa gente.

Renovar el interior,
impregnarse del ambiente,
sentir que a tu alrededor
hay un paraje excelente,
magnífico, encantador...
Y… a gozar ¡Menuda suerte!

Hace unos días, releyendo un libro de Rosa Regás encontré esta cita en la que una de sus protagonistas explica lo que es viajar para ella (por supuesto, mucho mejor que yo porque es una gran narradora). Os la transcribo a continuación. Analizadla, comentadla,... disfrutadla. Si podéis, leed el libro completo, os lo recomiendo, son 17 relatos narrados en primera persona con escenarios variados, situaciones actuales y personajes cercanos.

"... Pero para mí viajar es otra cosa. ...Viajar es desvelar una realidad que se encuentra en el lugar adonde vamos, es sentir el aire, ver el paisaje, conocer a sus gentes, oír los ruidos de sus calles. Viajar es descubrir no sólo esa realidad, sino entrar un poco más adentro de nosotros mismos para saber cómo nos comportamos en situaciones que no son habituales."

(ROSA REGÁS, "Viento armado" - fragmento del relato "Lucy")


jueves, 3 de julio de 2008

Volando en libertad (I)


"La mayoría de las gaviotas no se molestan en aprender sino las normas de vuelo más elementales: cómo ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar."
(Richard Bach - "Juan Salvador Gaviota")

Hoy, supongo que por asociación de ideas, la buena noticia de la liberación en Colombia de la candidata a la presidencia y otros 14 rehenes de su larguísimo secuestro, me ha hecho pensar en el valor de la libertad y en este libro. Creo que también Ingrid Betancourt -como Juan Gaviota- necesitaba, más aún que comer, más que nada en el mundo, volar, sentirse en libertad.
Recuerdo que, cuando leí este relato, en mi época de estudiante, me encantó aunque, en aquel momento, quizá no comprendí del todo el mensaje del autor. Tenía mucha fuerza y algo de magia y fantasía al mismo tiempo. Me parece un canto a la libertad y a la fe en las propias capacidades para alcanzar un sueño.
Ojalá hubiera muchas personas que lucharan como Juan Gaviota para superarse y lograr su meta. Que para ellas lo más importante fuera volar, volar libres, y no sólo el sustento de cada día (comer) como les ocurre a la mayoría de las gaviotas (y de la gente).
Quizá muchos de vosotros lleváis ese Juan Salvador Gaviota dentro y aún no lo habéis descubierto. Dejadlo volar... en libertad.